Aún sigo prendado de la estupenda interpretación de Alexandra Borbély, tan convincente que me sorprenderá verla en una actuación donde haga el papel de un personaje más normal. Con esa mirada temerosa y desconfiada del mundo adulto que la circunda combinada, otras veces, con un mirar ingenuo, infantil y de sorpresa ante las nuevas experiencias a las que quiere acceder me cautivó por completo.
Una historia de amor que convence, que nos muestra el paralelismo entre el cortejo de los ciervos y el de los protagonistas, que se desarrolla como un ritual ancestral más con miradas que con palabras, más con intuiciones que con cuerpo, con un acercamiento lento pero con la intuición de que es la única forma de quebrar la soledad en la que se encuentran, y todo ello a pesar de sus diferencias y discapacidades que por el contrario son las que les igualan y unen.
Me gusto la cuidada fotografía de los paisajes salvajes, así como la del resto de ambientes, especialmente la que se detenía en los rostros de los personajes principales por la forma de captar lo que sentían.
También me gusto la simbiosis entre lo terrenal, un frio matadero donde se desarrolla la historia, y lo simbólico, el sueño que comparten los personajes principales de la historia, y para completar ese final que parece dejar el mensaje de que el amor es mejor vivirlo que soñarlo.
La película nos deja también secuencias divertidas como las que se dan entre la protagonista y su psicólogo-pediatra, y los apuros que mostraba éste ante las nuevas necesidades de su paciente.
Por lo que veo, las historias de amor no inspiran, ja.